Juanito era un niño de 13 meses, él expresaba alegría y ternura con su mirada. Tenía piel clara y ojos grandes de color ámbar, capaces de capturar la atención hasta del más afanado de los mortales. Ito, como le decían de cariño sus padres, estaba en el momento en el que la mayoría de bebés empiezan a dar sus primeros pasos. Nada llenaba más de ilusión a su madre que la idea de verlo avanzar los primeros metros por sí mismo. Transcurrían los meses sin que Juanito hiciera más que tímidos intentos de pararse, sonreír y volverse a caer sentado. Lo que más extrañaba a María, su madre, era que él ya empezaba a verbalizar varias palabras; era capaz de comunicar que tenía hambre, que quería jugar o que le cambiaran el pañal; pero aún no daba sus primeros pasos. Ella y Darío, el padre del niño, se llenaban de angustia con el pasar de los meses, y en medio de su zozobra le decían al niño:
— Ánimo Juanito, tu puedes, ¡Camina!, tu eres capaz, no nos decepciones. Tu puedes ser el mejor.
Juanito, a pesar de Sigue leyendo